miércoles, 30 de noviembre de 2016

SEMANA DEL 28 DE NOVIEMBRE AL 2 DE DICIEMBRE




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La Quemada
En el siglo XVI, vivía en México un español llamado Gonzalo Espinosa de Guevara, llegado a estas tierras con fortuna y con una hija de cerca de 20 años de nombre Beatriz.
Enorme fortuna, belleza y virtud le agenciaron a la muchacha, innumerables suplicantes, que nunca lograron su amor.
Hasta que llegó don Martín de Seópolli, noble italiano que se enamoró locamente de ella al punto de no permitir el paso de ningún caballero por la calle donde vivía Beatriz. Lo que evidentemente no les pareció justo a los demás pretendientes. Muchas veces se discutió al ritmo de las espadas, saliendo vencedor siempre el italiano. Todas las mañanas se encontraba el cuerpo herido o sin vida del osado que pretendió acercarse a la casa y ella, aunque amaba a Martín, sufría porque se derramaba tanta sangre por su culpa y también por los celos de su amado.
Una noche en ausencia de su padre e inspirada por el martirio de Santa Lucía -que entregó lo más preciado de su rostro, sus ojos, al pretendiente que con su insistencia trataba de alejarla de la virtud-, llevó a su recámara un brasero encendido, y mientras lloraba y pedía fuerza a la Santa, hundió su rostro en el fuego, pensando que no podía permitir que don Martín siguiera matando a más inocentes, hasta que cayó sin conocimiento.
Un fraile al escuchar su grito de dolor entró a la casa, la auxilió con remedios caseros mientras le preguntaba qué había pasado. Beatriz le explicó y dijo que esperaba que cuando don Martín viera su rostro dejaría de celarla, amarla y de matar a tantos caballeros. La reacción de don Martín al retirar el velo con el que se había cubierto la cara y mirar el hermoso rostro desfigurado fue arrodillarse y declarar su amor. Pidió su mano a Don Gonzalo y días más tarde se casó. Ella entró a la iglesia con la cara cubierta por un tupido velo blanco y después, las pocas veces que salía, siempre lo hizo con el rostro tapado. Nadie volvió a ver el hermoso rostro de Beatriz, que Don Martín, calmado en su amor propio, guardó en el pensamiento.

Pan Gu y la creación del mundo

En el principio, el universo estaba contenido en un huevo, dentro del cual, las fuerzas vitales del yin (obscura, femenina y fría) y del yang (clara, masculina y caliente) se relacionan una con otra.
Dentro del huevo, Pan Gu (o también Pan Ku), formado a partir de estas fuerzas, estuvo durmiendo durante 18.000 años. Al despertar, se estiró y lo rompió.
Los elementos más pesados del interior del huevo se fueron hacia abajo para formar la tierra y los más ligeros flotaron para formar el cielo.
Entre la tierra y el cielo, estaba Pan Gu.
Todos cada día, durante otros 18.000 años, la tierra y el cielo se separaban un poco más más. Pan Gu crecía la misma proporción por lo que siempre se llenaba el espacio intermedio.
Finalmente, la tierra y el cielo llegaron a sus posiciones defininitvas. Agotado, Pan Gu, se echó a descansar. Y estaba tan agotado que murió. Su cuerpo y sus miembros se convirtieron en motañas. Sus ojos, se transformaron en el sol y la luna. Su carne, la tierra; sus cabellos, los árboles, las plantas; sus lágrimas, ríos y mares. Su aliento, fue el viento; su voz el trueno y el relámpago.
Y por último... las pulgas de Pan Gu... ¡se convirtieron en la humanidad!