TAREA PARA EL LUNES:
1. LEER EL SIGUIENTE RELATO
2. LOCALIZAR EL TEMA
3. PERSONAJES: PROTAGÓNICO (PRINCIPALES), SECUNDARIOS (IMPORTANTES PARA LA REALIZACIÓN DE LA ACCIÓN; PUEDEN SER ANTAGÓNICO O AYUDANTE DEL PROTAGONISTA) E INCIDENTAL (NO ES IMPORTANTE PARA EL DESARROLLO DE LA HISTORIA)
4. LOCALIZAR LA MORALEJA Y DESPUÉS EXPLICARLA.
5. HACER UN RESUMEN DE LA HISTORIA.
EJEMPLO
XXXV
Lo que sucedió a un mancebo que casó con una muchacha muy
rebelde
Otra vez hablaba el Conde Lucanor
con Patronio, su consejero, y le decía:
-Patronio, un pariente mío me ha
contado que lo quieren casar con una mujer muy rica y más ilustre que él, por
lo que esta boda le sería muy provechosa si no fuera porque, según le han dicho
algunos amigos, se trata de una doncella muy violenta y colérica. Por eso os
ruego que me digáis si le debo aconsejar que se case con ella, sabiendo cómo
es, o si le debo aconsejar que no lo haga.
-Señor conde -dijo Patronio-, si
vuestro pariente tiene el carácter de un joven cuyo padre era un honrado moro,
aconsejadle que se case con ella; pero si no es así, no se lo aconsejéis.
El conde le rogó que le contase lo
sucedido.
Patronio le dijo que en una ciudad
vivían un padre y su hijo, que era excelente persona, pero no tan rico que
pudiese realizar cuantos proyectos tenía para salir adelante. Por eso el
mancebo estaba siempre muy preocupado, pues siendo tan emprendedor no tenía
medios ni dinero.
En aquella misma ciudad vivía otro
hombre mucho más distinguido y más rico que el primero, que sólo tenía una
hija, de carácter muy distinto al del mancebo, pues cuanto en él había de
bueno, lo tenía ella de malo, por lo cual nadie en el mundo querría casarse con
aquel diablo de mujer.
Aquel mancebo tan bueno fue un día
a su padre y le dijo que, pues no era tan rico que pudiera darle cuanto
necesitaba para vivir, se vería en la necesidad de pasar miseria y pobreza o
irse de allí, por lo cual, si él daba su consentimiento, le parecía más juicioso
buscar un matrimonio conveniente, con el que pudiera encontrar un medio de
llevar a cabo sus proyectos. El padre le contestó que le gustaría mucho poder
encontrarle un matrimonio ventajoso.
Dijo el mancebo a su padre que, si
él quería, podía intentar que aquel hombre bueno, cuya hija era tan mala, se la
diese por esposa. El padre, al oír decir esto a su hijo, se asombró mucho y le
preguntó cómo había pensado aquello, pues no había nadie en el mundo que la
conociese que, aunque fuera muy pobre, quisiera casarse con ella. El hijo le
contestó que hiciese el favor de concertarle aquel matrimonio. Tanto le
insistió que, aunque al padre le pareció algo muy extraño, le dijo que lo
haría.
Marchó luego a casa de aquel buen
hombre, del que era muy amigo, y le contó cuanto había hablado con su hijo,
diciéndole que, como el mancebo estaba dispuesto a casarse con su hija,
consintiera en su matrimonio. Cuando el buen hombre oyó hablar así a su amigo,
le contestó:
-Por Dios, amigo, si yo autorizara
esa boda sería vuestro peor amigo, pues tratándose de vuestro hijo, que es muy
bueno, yo pensaría que le hacía grave daño al consentir su perjuicio o su
muerte, porque estoy seguro de que, si se casa con mi hija, morirá, o su vida
con ella será peor que la misma muerte. Mas no penséis que os digo esto por no
aceptar vuestra petición, pues, si la queréis como esposa de vuestro hijo, a mí
mucho me contentará entregarla a él o a cualquiera que se la lleve de esta
casa.
Su amigo le respondió que le
agradecía mucho su advertencia, pero, como su hijo insistía en casarse con
ella, le volvía a pedir su consentimiento.
Celebrada la boda, llevaron a la
novia a casa de su marido y, como eran moros, siguiendo sus costumbres les
prepararon la cena, les pusieron la mesa y los dejaron solos hasta la mañana
siguiente. Pero los padres y parientes del novio y de la novia estaban con
mucho miedo, pues pensaban que al día siguiente encontrarían al joven muerto o
muy mal herido.
Al quedarse los novios solos en su
casa, se sentaron a la mesa y, antes de que ella pudiese decir nada, miró el
novio a una y otra parte y, al ver a un perro, le dijo ya bastante airado:
-¡Perro, danos agua para las
manos!
El perro no lo hizo. El mancebo
comenzó a enfadarse y le ordenó con más ira que les trajese agua para las
manos. Pero el perro seguía sin obedecerle. Viendo que el perro no lo hacía, el
joven se levantó muy enfadado de la mesa y, cogiendo la espada, se lanzó contra
el perro, que, al verlo venir así, emprendió una veloz huida, perseguido por el
mancebo, saltando ambos por entre la ropa, la mesa y el fuego; tanto lo
persiguió que, al fin, el mancebo le dio alcance, lo sujetó y le cortó la
cabeza, las patas y las manos, haciéndolo pedazos y ensangrentando toda la
casa, la mesa y la ropa.
Después, muy enojado y lleno de
sangre, volvió a sentarse a la mesa y miró en derredor. Vio un gato, al que
mandó que trajese agua para las manos; como el gato no lo hacía, le gritó:
-¡Cómo, falso traidor! ¿No has
visto lo que he hecho con el perro por no obedecerme? Juro por Dios que, si
tardas en hacer lo que mando, tendrás la misma muerte que el perro.
El gato siguió sin moverse, pues
tampoco es costumbre suya llevar el agua para las manos. Como no lo hacía, se
levantó el mancebo, lo cogió por las patas y lo estrelló contra una pared,
haciendo de él más de cien pedazos y demostrando con él mayor ensañamiento que
con el perro.
Así, indignado, colérico y
haciendo gestos de ira, volvió a la mesa y miró a todas partes. La mujer, al
verle hacer todo esto, pensó que se había vuelto loco y no decía nada.
Después de mirar por todas partes,
vio a su caballo, que estaba en la cámara y, aunque era el único que tenía, le
mandó muy enfadado que les trajese agua para las manos; pero el caballo no le
obedeció. Al ver que no lo hacía, le gritó:
-¡Cómo, don caballo! ¿Pensáis que,
porque no tengo otro caballo, os respetaré la vida si no hacéis lo que yo
mando? Estáis muy confundido, pues si, para desgracia vuestra, no cumplís mis
órdenes, juro ante Dios daros tan mala muerte como a los otros, porque no hay
nadie en el mundo que me desobedezca que no corra la misma suerte.
El caballo siguió sin moverse.
Cuando el mancebo vio que el caballo no lo obedecía, se acercó a él, le cortó
la cabeza con mucha rabia y luego lo hizo pedazos.
Al ver su mujer que mataba al
caballo, aunque no tenía otro, y que decía que haría lo mismo con quien no le
obedeciese, pensó que no se trataba de una broma y le entró tantísimo miedo que
no sabía si estaba viva o muerta.
Él, así, furioso, ensangrentado y
colérico, volvió a la mesa, jurando que, si mil caballos, hombres o mujeres
hubiera en su casa que no le hicieran caso, los mataría a todos. Se sentó y
miró a un lado y a otro, con la espada llena de sangre en el regazo; cuando
hubo mirado muy bien, al no ver a ningún ser vivo sino a su mujer, volvió la
mirada hacia ella con mucha ira y le dijo con muchísima furia, mostrándole la
espada:
-Levantaos y dadme agua para las
manos.
La mujer, que no esperaba otra
cosa sino que la despedazaría, se levantó a toda prisa y le trajo el agua que
pedía. Él le dijo:
-¡Ah! ¡Cuántas gracias doy a Dios
porque habéis hecho lo que os mandé! Pues de lo contrario, y con el disgusto
que estos estúpidos me han dado, habría hecho con vos lo mismo que con ellos.
Después le ordenó que le sirviese
la comida y ella le obedeció. Cada vez que le mandaba alguna cosa, tan
violentamente se lo decía y con tal voz que ella creía que su cabeza rodaría
por el suelo.
Así ocurrió entre los dos aquella
noche, que nunca hablaba ella sino que se limitaba a obedecer a su marido.
Cuando ya habían dormido un rato, le dijo él:
-Con tanta ira como he tenido esta
noche, no he podido dormir bien. Procurad que mañana no me despierte nadie y
preparadme un buen desayuno.
Cuando aún era muy de mañana, los
padres, madres y parientes se acercaron a la puerta y, como no se oía a nadie,
pensaron que el novio estaba muerto o gravemente herido. Viendo por entre las
puertas a la novia y no al novio, su temor se hizo muy grande.
Ella, al verlos junto a la puerta,
se les acercó muy despacio y, llena de temor, comenzó a increparles:
-¡Locos, insensatos! ¿Qué hacéis
ahí? ¿Cómo os atrevéis a llegar a esta puerta? ¿No os da miedo hablar?
¡Callaos, si no, todos moriremos, vosotros y yo!
Al oírla decir esto, quedaron muy
sorprendidos. Cuando supieron lo ocurrido entre ellos aquella noche, sintieron
gran estima por el mancebo porque había sabido imponer su autoridad y hacerse
él con el gobierno de su casa. Desde aquel día en adelante, fue su mujer muy
obediente y llevaron muy buena vida.
Pasados unos días, quiso su suegro
hacer lo mismo que su yerno, para lo cual mató un gallo; pero su mujer le dijo:
-En verdad, don Fulano, que os
decidís muy tarde, porque de nada os valdría aunque mataseis cien caballos:
antes tendríais que haberlo hecho, que ahora nos conocemos de sobra.
Y concluyó Patronio:
-Vos, señor conde, si vuestro
pariente quiere casarse con esa mujer y vuestro familiar tiene el carácter de
aquel mancebo, aconsejadle que lo haga, pues sabrá mandar en su casa; pero si
no es así y no puede hacer todo lo necesario para imponerse a su futura esposa,
debe dejar pasar esa oportunidad. También os aconsejo a vos que, cuando hayáis
de tratar con los demás hombres, les deis a entender desde el principio cómo
han de portarse con vos.
El conde vio que este era un buen
consejo, obró según él y le fue muy bien.
Como don Juan comprobó que el
cuento era bueno, lo mandó escribir en este libro e hizo estos versos que dicen
así:
Si desde un principio no muestras quién eres,
nunca podrás después, cuando quisieres.
FIN
¡HASTA LA PRÓXIMA SESIÓN!